James Glaisher había nacido en Londres el 7 de abril de 1809. Fue ayudante en Cambridge y también en el Observatorio de Greenwich. Fue encargado del Departamento de Meteorología y Magnetismo durante 34 años y en 1850 fundó la Sociedad Meteorológica.
Sin embargo su aventura más extraordinaria la realizó el 5 de septiembre de 1862, una época en que los vuelos a grandes alturas eran solo un sueño de locos. Junto con su piloto Henry Coxwell, se subió a un globo aerostático y alcanzó una altura formidable. Nada menos que 8.840 metros, casi la altura del monte Everest. Pero de pronto surgió un problema: el globo no se detuvo y siguió ascendiendo hasta que, por la falta de oxígeno en la enrarecida atmósfera, Glaiser quedó inconciente.

Por su parte Coxwell estaba tan débil que solo pudo hacer descender el globo cuando se valió de sus dientes para abrir la válvula de control, salvándose así de una muerte segura. Posteriormente los dos hombres estimaron que habían subido hasta 11.300 metros y esta era, por supuesto, la mayor altitud a la que había logrado llegar persona alguna en esa época.
Esta marca recién fue rota en 1931, cuando un físico suizo, el profesor Augusto Piccard, alcanzó los 16.201 metros a bordo de un globo con cabina cerrada, la primera empleada en vuelo.
Treinta años después, un capitán de la Reserva Naval de EEUU se animó a más. La última marca de ascenso en este tipo de transporte pertenece al comandante Malcom Ross y al ex capitán de corbeta Victor Prather, de la Marina de EEUU quienes llegaron a una altura máxima de 34.668 metros sobre el golfo de Mexico en el año 1961, con un globo que completamente inflado, medía 91 metros de altura. Para tener una idea de semejante hazaña, vale decir que la altura en la que se desplazaron más de 200 kilómetros durante diez horas, es tres veces la altura a la que vuelan los actuales aviones intercontinentales.
Sin duda, los locos del aire, siempre llaman la atención.


