
Francis Buckland fue un cirujano inglés nacido en Oxford en diciembre de 1826. Todo un personaje. Fue también zoólogo, paleontólogo, canónigo y escritor, pero su características principal y el comentario de sus contemporáneos no fue ninguna de estas actividades.
Buckaln se destacó por ser un gran entusiasta del reino animal y disfrutaba de sus investigaciones en base a la zoofagia, es decir comiendo toda clase de animales, a los cuales estudiaba en base a su sabor y a los que degustaba con exquisito placer. Buckland era amigo de Charles Darwin, el padre de la teoría evolutiva, el cual también practicaba estos extraños placeres de deglutir todo lo que se moviera por el mundo. En la Inglaterra del 1800 se había desatado una enorme pasión por nuevos sabores y por la gastronomía más extraña, lo que culminó en 1880 con la creación del club de gourmets más extravagantes del mundo: “La Sociedad de Aclimatación”, un grupo de peculiares personajes que cocinaban, dicen ellos, platos especiales preparados con animales de todo tipo y forma.
El objetivo, justificaban, era investigar cuales animales exóticos pudieran aclimatarse en Inglaterra al solo efecto de poder contar con ellos en el futuro como alimentación y formar parte de la gastronomía inglesa. Basados en esta excusa, preparaban, comían y saboreaban todo tipo de recetas, desde carne de canguro a babosas de mar y desde murciélagos a cucarachas en compota. Probaron, por ejemplo, trompa de elefante hervida, carne que describió Buckland, como similar al caucho y sencillamente horrible.
Se llegó a la exageración de lograr un acuerdo con el zoológico de Londres, para que se les proporcionara el acceso a los animales que fallecían, como por ejemplo jirafas, pumas, hipopotamos, osos, lagartos, gorilas y ornitorrincos, lo que al final de sus días hizo que Buckland se vanagloriara de haber probado casi todas las especies existentes en el mundo.

Se dice que Darwin también era algo raro, habiéndose comido en su larga travesía, varias tortugas gigantes de las Galàpagos, un ñandú, un armadillo y un buho. Justamente, en homenaje a tan exótico gusto del célebre investigador, se festeja cada año en Cambridge, la Phylum Feast, una orgia gastronómica en la que el objetivo es comer la mayor cantidad de animales clasificados. La afición zoófaga de Darwin y Buckland fue heredada por la Canadian Camp, una asociación con sede en EEUU, que a fines del siglo XIX se reunía una vez al año en New York para degustar platos extraños. La condición era que el manjar preparado esa noche debía haber sido cazado personalmente por el invitado de honor de la velada. Allí concurrió Buffalo Bill y sus bisontes y el principe Henrich de Prusia con los rinocerontes de Sumatra.
La última reunión de esta asociación fue en 1915 y comieron carne de cocodrilo, lamentándose su presidente en el discurso de bienvenida, por la imposibilidad de saborear algún dinosaurio. Actualmente hay en todo el mundo restaurantes que ofrecen platos extravagantes, pero en el siglo XIX eso era una rareza, por lo que puede decirse que estos dos científicos fueron realmente pioneros.
O en su defecto, dos tremendos comilones.