La última ocasión en que la comunidad científica mostró interés por un alquimista tuvo lugar en Inglaterra en el año 1783.
La Real Sociedad de Londres cedió la palabra a uno de sus miembros, James Price para que demostrara cómo había logrado el sueño de convertir plomo en oro. La demostración resultó un fracaso y Price no pudo repetir el experimento con éxito. Ante la presencia de sus colegas, totalmente avergonzado, se suicidó bebiendo ácido prúsico.